Siempre que vemos o pensamos en guerras por lo general creemos que quienes las provocan son personas desalmadas y que no merecen perdón.
Siempre consideramos que son los demás los que las provocan y en lo que menos pensamos es en que los causantes somos cada uno de nosotros. Son nuestros malos deseos, nuestras pasiones desordenadas. Las guerras se inician en nuestro corazón. V 1 “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? ”
Las guerras son provocadas por personas infelices, y las personas se hacen infelices cuando no valoran lo que tienen por estar anhelando lo que no tienen. El anhelar lo que tienen otros es lo que nos provoca envidia en nuestro corazón. V 2 “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”
El problema de nuestra inconformidad es que no sabemos pedir ni a Dios ni a los demás, todo lo exigimos, nos cuesta decir por favor, gracias. Etc. Y cuando pedimos algo solo es para nuestro beneficio y poco nos importa lo que puedan estar pasando las demás personas. V 3 “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”
La degradación allegado a los cristianos y a las organizaciones religiosas sean cristianas o no. El motivo de esta degradación es la amistad con el mundo. Muchas iglesias cristianas prefieren agradar al pueblo que agradar a Dios. V 4“¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.”
Muchas de las guerras se inician con actos aparentemente sencillos. Como la murmuración. Para el murmurador lo que dijo posiblemente es algo sin importancia, pero para la persona de quien se murmuro si es de vital importancia, se trata de su dignidad. V 11 “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.”
Las personas jactanciosas, las que se creen más de lo que son, por lo general son las primeras en generar contienda. V 16 “Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala;”
La mejor manera de evitar guerras o contiendas con los demás:
1. Sometiéndonos a Dios. Esto significa que debemos hacer todo lo que él nos manda, aceptar que él es nuestro Rey. V 7 “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.”
2. Acercarnos a Jesucristo. Solo de esta forma el siempre estará con nosotros, donde esta Dios hay paz, hay amor. V 8 a “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos;”
3. Dejar el doble ánimo, ser constante en lo que hacemos y pensamos. Las personas indecisas nunca hacen algo. V 8 b “y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”
4. Arrepentirnos de todo corazón por lo malo que hacemos. V 9 “Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.”
5. Tener la capacidad de humillarnos delante de Dios y de los que hemos dañado o lastimado. V 10 “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.”
6. Vivir cada día como si fuera el último, no te jactes del día de mañana, total no sabemos si el mañana existirá. V 13-15“¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; 4:14 cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. 4:15 En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.”
La guerra o la paz nacen en nuestro corazón, ¿cómo queremos vivir? si en guerra o en paz esa es nuestra decisión.
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